La corte
de los ángeles tiene varios bandos. En realidad, más que varios, tiene
infinitos bandos: tantos como miembros pertenecen a la corte. Cuando nacieron,
fueron repartidos por el mundo, no el celestial, el nuestro, salpicados como
millones de gotitas por cada rincón del planeta. Ser ángel otorga ciertas
cualidades, poderes mágicos concedidos con un significado especial: por
ejemplo, hacer que el mundo se pare con su llanto, o al contrario, iluminar más
que el sol con su sonrisa. Sin embargo, esas cualidades se van atenuando a
medida que pasa el tiempo, muchas veces hasta casi desaparecer. Y es que, como
es sabido, no hay nada eterno en esta vida: un día, se deja de ser ángel.
Mientras
lo siguen siendo, los ángeles llegan y utilizan durante el día sus poderes para
construir un mundo más cálido: lo llenan de ruidos, de juegos, de manchas, de
imperfecciones, berrinches y risas, de dibujos disparatados e inimaginables
para los demás, pero no para ellos, porque los ángeles pueden imaginar todo lo
que se nos escapa al resto. Cuando llega la noche y se acuestan, hacen como que
se duermen hasta que se apagan las luces. Después, con su escalera desplegable
suben al cielo, donde juegan en su patio de nubes, siguen saltando, gritando,
bailando, llenando todo de luz aunque a bajo sea de noche.
En una
esquina de ese patio, en la que apenas se repara si no se mira con atención, se
halla una estrecha escalera de caracol, con un cartel que señala hacia abajo y
reza “Realidad”. Algunas veces, un ángel es apartado del patio de nubes y
enviado a esa escalera, por la que baja en silencio de nuevo al mundo. Es el
otro bando de los ángeles, a los que, sin tener culpa, sin haberlo merecido, sin
haberlo buscado y mucho menos pedido, se les niega el derecho al cielo, el
derecho al que todos los ángeles deberían acceder: descansar del mundo y
alejarse de la Realidad.
Y es
que, la Realidad, sin el decorado de juguetes, canciones y pinturas de colores,
pocas veces es grata. Estos ángeles no pueden dormir, y si lo hacen, no duermen
bien. Se les quita su escalera desplegable y no pueden volver al cielo. Muchas veces
sus poderes se ven mermados, y aunque lo sigan siendo, se limita su identidad
de ángel. El peor de los casos se alcanza cuando el ángel no logra paralizar el
mundo con su llanto: la Realidad lo arrolla impasible, y por mucho que insista,
no cambia. Entonces, el ángel se ve envuelto en un mundo gris, y en lugar de
irradiar calidez, se enfría, a veces se hace mayor de golpe, aunque siga siendo
un ángel. Y esto, aunque no siempre lo veamos, pasa muchas más veces de las que
nos gustaría. Es así como el mundo pierde poco a poco su color, la Realidad va
ganando terreno a los Sueños, hay ángeles obligados a dejar de serlo, y
nosotros, ni nos damos cuenta.
Sin embargo,
pese a todo, hay un poder que los ángeles nunca, nunca perderán: iluminar más
que el sol con su sonrisa.
Mientras
eso sea así, quedará la esperanza de que los que fueron exiliados, antes de que
se acabe su tiempo como ángeles, recuperen su escalera desplegable y puedan
dormir, como los demás, un poco más cerca de las estrellas.