lunes, 5 de diciembre de 2011

1.000 personajes en busca de Irene


La nostalgia me lleva de paseo por las páginas. El frío diciembre, los cuentos anhelados no escritos. La inspiración frustrada que no supo llenar el vacío de palabras. Hoy el bolígrafo no tiene tinta, no para mí. Termino por entristecerme al pensar que antes era más fácil. Me pregunto si he perdido la juventud, no la de mi edad sino la de mis versos. Me siento una vieja que hace balance de su patrimonio escrito, impotente a la vez que inservible ante la idea de que ya no crece. ¿Dónde está Stanley L’abattage, qué fue de aquél soldadito que consiguió vencerle? ¿Qué pasó con Alfredo después de que el autobús llegara al destino de su viaje sin retorno? ¿Qué hizo Amparo cuando él soltó su mano? Recuerdo al fantasma de Cadaqués, seguro que sigue errante por sus calles blancas, buscando sin éxito una sustituta para Rosa. Me apena, fui cruel, no supe regalarle un final más justo, o menos tortuoso. Flavio nunca volvió a saber nada de Sofía, ella se fue llorando y en ese momento decidió que nunca volvería a llamarle. Él ahora se pasa las horas muertas jugando al solitario, al de las bolitas, mirándome con desprecio porque no le di otra oportunidad. “Tú la tuviste”, me dice. “Yo la peleé”, le contesto, y cierro el libro pensando que Flavio debería estar agradecido de ser el único impreso, cosido y editado.
En ocasiones como esta, cuando abro el cajón de los cuentos, a veces me llegan los ecos de voces suplicantes. Trato de hacer oídos sordos con el movimiento de hojas y el abrir y cerrar de cuadernos, pero sé que están ahí. Ahí, en el fondo, invisibles y abandonados, soportando el tormento de pertenecer a la carpeta de los inacabados. Condenados a repetir una y otra vez las mismas frases en un diálogo que no avanza, una introducción que nunca llegó al nudo, como le pasó a Diego, quien huyó tras la muerte de Iván, algo que Anna jamás le perdonaría. O como Juan José Linares, revisor del tren, quien atascado en el vagón número ocho debido a un contratiempo, sigue sin llegar al número doce, donde le espera Eloísa Rubio. Aunque peor, si cabe, es lo que pasó en Tréboli, donde cada 6 de mayo los habitantes asisten a la Quema de Recuerdos, excepto Lázaro, que decidió conservar en su memoria tanto las vivencias buenas como las malas, ante la sospecha de todo el mundo. Él me mira en silencio, ni siquiera susurra, pero sé que me sigue esperando para que le dé un final. Queridos personajes, la tortura es vuestra, pero mío es el remordimiento por no poder haberos dado toda la vida que merecéis.
Todos me miran con recelo, quieren confiar en mí, pensar que llenaré sus nombres de argumentos, de aventuras, de grandes pasiones. No les importa ser víctimas de la tristeza, de la furia, incluso aceptan con resignación la idea de morir, no sería tan malo, pues quiere decir que antes tuvieron un papel, un nombre y un cometido. Pero están temerosos, tanto los que tuvieron su final como los que aún siguen esperando, hasta aquellos que ni siquiera han pasado de ser fugaces ideas en momentos sin lápiz ni papel. Me ven cansada, con la cabeza en otros sitios. Pero lo peor que les puede pasar es que me ven demasiado ocupada en “las cosas importantes”, y eso para los personajes es la horca, y para las historias, el fuego.
¿Tan grave es? , les pregunto. ¿Se me han agotado las ideas, las ganas de escribir? Ireneotoño niega con la cabeza, dibujando una sonrisa tímida, quizá un poco dolida porque este año a penas la he dedicado nada.
Entonces veo que se levantan, y uno a uno van saltando al cajón de los cuentos. Les pido por favor que no se vayan, no me dejéis sola, pero ya es tarde, es la 1 y alguno dice que me acueste, que mañana tengo que madrugar y hacer muchas cosas, que no pierda el tiempo escribiendo si lo puedo invertir en dormir. Sí, me dejan sola, para que sepa cómo se sienten ellos. Pero ellos, desde su egoísmo, no saben ponerse en mi lugar. Quiero darles una vida, pero lo intento y no me sale. Lo único que se me ocurre ahora mismo es escribirles una nota (de disculpa, de esperanza, de indefensión) y volverme personaje para poder, por lo menos, dormir con ellos:

“Queridos personajes:
Con la mayor sinceridad de la que soy capaz, sólo puedo unirme a vosotros y decirlo: yo también me echo de menos. Irene.”

1 comentario:

  1. Me gustaría saber qué mensaje escondes entre tantas palabras, aunque se intuya.

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