Un tercio
de mi tiempo con la Princesa. ¿Ya? Demasiado rápido…
Un tercio,
y sin querer me adelanto un par de pasos, surgen preguntas: ¿qué habrá después?
La
Eterna me observa en silencio desde lejos, reflexiva, trazando alguna
estratagema que me haga volver con ella, a la espera de mi próximo movimiento.
La Deseada
me tiende sus brazos invisibles, invitándome a vivir mil pecados sobre su piel
canela.
La
Princesa me agarra de la mano, firme y cálida, me mira a los ojos y me dice: “Tienes
lo que quieres. Eres feliz. Quédate conmigo”.
Pero no
es tan fácil, Princesa, contigo soy feliz pero no sé si eso me basta. Un día le
prometí a la Eterna que no la abandonaría nunca, y por ahora no he hecho más
que incumplir, devolviendo vanas palabras de regreso.
La Deseada
me ofrece lo más oscuro, la inestabilidad, el conflicto. El sepia que oscila
entre el blanco y negro y el color. Y es difícil hacer frente a la tentación
del conflicto, a la trama sobre la que camina la funambulista entre la meta y
el suelo.
¿Qué
meta? ¿Cuál es la meta? ¿Dónde pretendo llegar? ¿Con quién me quedo?
No hay
meta que valga, la meta es el camino, y sigo caminando, a veces aquí, a veces
más adelante… imaginando poder ser aquella a quien la Eterna creó y a quien la
Princesa conquistó, en los abruptos e irresistibles dominios de la Deseada…
…o no.
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