sábado, 19 de noviembre de 2011


Mamá, hoy he matado a un hombre.
Yo no lo sabía, tampoco quería hacerlo. Pero estuve en el momento y en el lugar en el que él murió.
El tren frenó en seco. Nadie se alarmó, a veces pasa. Medio cuerpo en la estación, la otra mitad en el túnel. Nadie se alarmó, ya continuaría hasta el final. Cinco minutos después se abrió una puerta, sólo una, la de más adelante. “Vayan saliendo todos, por favor, abandonen el tren”. Y así hicimos los que íbamos dentro. Por un momento escuché en mi cabeza esa voz del miedo que un día me infundieron “¿Y si hay una bomba?”, y mis pies avanzaron movidos por el nerviosismo. Pero salí y me choqué con la realidad “se ha tirado, un hombre se ha tirado”. Desconfiando del rumor pregunté a varias personas, no quise creerlo, pero así era. Lo asumí cuando una mujer, entre la consternación y la incredulidad, dijo con voz muda “Se ha suicidado”. Me llevé las manos a la boca abierta, horrorizada, me paré en seco y me pregunté qué le habría llevado a aquello, tratando de entender que yo, mamá, yo iba en el tren que le mató. A continuación vi lágrimas, caras blancas, cuerpos rígidos sin saber hacia dónde avanzar. Gente en el andén, curiosos ignorantes, protección civil, pasos que se alejaban. Y tuve la certeza de que todos los que íbamos en ese tren sentimos que, sin quererlo ni poder evitarlo, hoy habíamos matado a un hombre.

1 comentario:

  1. Esto se basa en un hecho real que ocurrió en Príncipe Pío?

    ResponderEliminar