Me recibe
Ámsterdam como a una vieja conocida. Pasando Amstel Station se van reavivando
los recuerdos que tanto miedo me daban, tomando forma y color a medida que el
tren avanza. Parpadeo y empieza a llover.
Las gotitas se pegan al cristal como un reclamo, pero ignoro y miro más allá. Las
casas se estrechan y se tuercen. Es como si nunca me hubiera ido. Central
Station me da la bienvenida haciendo que automáticamente me sienta una más. Como
si nunca me hubiera ido.
Mi nueva
montura me espera, es de prestado, con toques plateados. Se alza en una talla
que poco concuerda con la mía, y que hace del primer encuentro un trance
incómodo. Alta y torpona, se deja montar con docilidad, con los aires de un
burrito viejo, curtido y manso por la experiencia de haber sido domado por
muchos jinetes. Rodamos juntas, teniéndonos la una a la otra como un consuelo
insuficiente: la reincidente y la montura de repuesto. En esta ciudad es
imposible no reincidir.
Cabalgué por
todos los lugares que descubrí con ella, con mi Perla, con todos los recuerdos
desbordándose por las ventanas de las casitas, emergiendo de los canales y de
las alcantarillas. Iba recogiendo cada uno de ellos, con miedo de que
apareciera el absurdo sentimentalismo que siempre se encarga de empañar las
cosas con nostalgias trasnochadas que escondemos como si no existieran, pero
que terminan por explotar y ponerlo todo perdido. Pero estaba equivocada. Me creí
débil ante la memoria, pero no lo era.
Era absurdo ir por
la Ciudad XXX atada a los recuerdos de la Perla Negra, teniendo como misión el
sueño imposible de recuperar mi vieja montura y a quien un año atrás la dirigía.
Empecé a recibir todos los mensajes que la ciudad me mandaba, como regalos que
me había estado guardando desde que me fui hasta mi regreso. El Prinsengracht
está espléndido, disfrútalo como antes, pero sé consciente de que ahora eres
otra persona, me dice, deléitate con el nuevo sabor.
Me sentí fuerte, feliz por haber vivido, feliz
por seguir viviendo. El absurdo sentimentalismo no apareció, le dije al burrito
plateado que me llevara a Plantage y me fumé un cigarro mirando al Muidergracht
con una gran sonrisa pintando mis labios. Me fui de allí con la enorme certeza
de que todo es transitorio: las ciudades, las personas, los momentos, los
sentimientos malos y también los buenos. Y si todo ello es transitorio, yo
también lo soy. Así que me voy, Perla Negra. Ha sido un placer haberte recordado,
a veces te echaré de menos como la gran
compañera que fuiste, pero nada es para siempre. Nuestro momento fue aquél, lo vivimos y pasó. Tú tendrás otro dueño, yo otros gigantes contra los que luchar.
Hasta la próxima, Amsterdam. La batalla contra el pasado está ganada.
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