A diez
días de la despedida, aún sin billete de avión ni techo (ni siquiera
provisional), la Princesa se materializa ante mí poco a poco. Tan tímida y tan
sugerente, me va enseñando trocitos, para mantenerme con tensión
pero sin entregarse del todo. A diez días de la despedida la anhelo, me quiero
encontrar con ella, y apuro al mismo tiempo lo poquito que me queda con La
Eterna, que es quien me ve marchar de nuevo. Antes se sentía abandonada con
cada una de mis idas sin vuelta, pero ha aprendido que es mi forma de quererla.
Ya me conoce, y sabe que siempre vuelvo. Yo le digo, sin intención de amenaza,
que a lo mejor un día no lo hago, y me da la razón, porque sabe que no es
cierto, ha descubierto que es mejor no contradecirme. Para qué discutir,
si aunque yo no quiera, sé que La Eterna tiene razón. Ya no llora mis
infidelidades, e incluso me desea que disfrute. Me ve avanzar hacia la Princesa
mientras la dejo atrás.
La exprimo los últimos días, dudando lo justo si hago bien en dejarla. Paseo por casa y veo que el baño está algo más vacío, la cocina más diáfana, quizá algo más recogida. El perfume de un nuevo suavizante rompe la normalidad del tendedero. Aún no he hecho las maletas, todas mis cosas siguen ahí. Pero mi gente empieza a hacer planes a corto plazo sin mí, y yo sin ellos. Será que la despedida se hace realidad, y ya he empezado a irme. Aunque, como bien sabe La Eterna, no hay que darle mucha importancia.
Al fin y al cabo, siempre termino volviendo.
La exprimo los últimos días, dudando lo justo si hago bien en dejarla. Paseo por casa y veo que el baño está algo más vacío, la cocina más diáfana, quizá algo más recogida. El perfume de un nuevo suavizante rompe la normalidad del tendedero. Aún no he hecho las maletas, todas mis cosas siguen ahí. Pero mi gente empieza a hacer planes a corto plazo sin mí, y yo sin ellos. Será que la despedida se hace realidad, y ya he empezado a irme. Aunque, como bien sabe La Eterna, no hay que darle mucha importancia.
Al fin y al cabo, siempre termino volviendo.
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