domingo, 28 de septiembre de 2014

Broken bulb

No quise estar allí para cuando despertara. Iba a estar malhumorada, de morros, no iba a querer hablar conmigo. Se había acostado exhausta de llorar, tenía los párpados tan hinchados que apenas podía abrir los ojos. Intenté, inútilmente, convencerla de que no merecía la pena llevarse tal disgusto porque se hubiera fundido la bombilla de la lámpara. Puede que ella tuviera razón, que no la entendiera, pero me pareció patético, absurdo, y ella me pareció tan ridícula. Lloraba a gritos, histérica, porque al enroscar la bombilla y darle al interruptor, había estallado sin más. Me increpó que por qué no la había avisado. La bombilla no había soportado tanta potencia y explotó, ¿qué sé yo de potencias? ¿Qué cojones me importaba a mí, habiendo más luces en la casa? Pero no, ella estaba ciega, obcecada con la dichosa lamparita. ¿Y ahora qué hago? Repetía sin parar. Es sábado por la tarde, y hasta el lunes las tiendas no abren. ¿Qué hago yo con la bombilla rota? Te esperas, le decía, pero no me escuchaba, y lloraba sin parar.

Quizá fuera cierto que no la entendía, quizá esa bombilla significara algo más, quizá fuera la idea en la que, sin querer, vertió más energías de la cuenta y terminó por estallar. Sin bombilla de repuesto, sin tener ni idea de qué hacer.



Quizá fuera que ella, empeñada, tampoco me entendía cuando le decía que en la casa había otras lámparas, ahora apagadas, pero que podía encender en cualquier momento e iluminar con sus haces otros espacios que la bombilla que estalló no hubiera alumbrado…