sábado, 30 de junio de 2012

Cambio de escenario


Las luces se apagan, se cierra el telón. Tras el aplauso, los actores van saliendo y entran los mozos, que con sigilo y destreza desmantelan poco a poco el decorado: la mesilla con forma de flor, el sari hecho cortina, la cafetera humeante. También los falsos adoquines del empedrado de la calle, la fachada amarilla de la corrala estampada en cartón, y ese banco de Mesón de Paredes que sostuvo tantas conversaciones durante la última escena. 
El escenario se va quedando vacío, sólo queda en el medio de la sala la figura de la actriz principal, sentada en el suelo, piernas cruzadas, ojos cerrados. El ir y venir de los mozos no interrumpe el meditabundo entreacto, por su cabeza corren veloces las frases de un escueto guión, que se resume en apenas cuatro líneas de sinopsis, y que cede el grueso a la Improvisación. El acto comenzará con un monólogo, ella sola ante el público. Al escenario vacío comienzan a traer nuevos elementos de decorado, el atrezo cambia, se simulan calles empinadas y en el fondo se dibuja una ventana con vistas a un gran río. El escenógrafo pasa a dar el visto bueno, los mozos se retiran, la actriz vuelve a estar sola en un nuevo escenario aún desconocido, ante el reto de improvisar sin siquiera previo ensayo. 
En el punto álgido del silencio, cuando el murmullo de fuera ha cesado, abre los ojos y se pone en pie: se encienden las luces, se abre el telón. 

Comienza la función.

miércoles, 20 de junio de 2012

A diez días de la Princesa


A diez días de la despedida, aún sin billete de avión ni techo (ni siquiera provisional), la Princesa se materializa ante mí poco a poco. Tan tímida y tan sugerente, me va enseñando trocitos, para mantenerme con tensión pero sin entregarse del todo. A diez días de la despedida la anhelo, me quiero encontrar con ella, y apuro al mismo tiempo lo poquito que me queda con La Eterna, que es quien me ve marchar de nuevo. Antes se sentía abandonada con cada una de mis idas sin vuelta, pero ha aprendido que es mi forma de quererla. Ya me conoce, y sabe que siempre vuelvo. Yo le digo, sin intención de amenaza, que a lo mejor un día no lo hago, y me da la razón, porque sabe que no es cierto, ha descubierto que es mejor no contradecirme. Para qué discutir, si aunque yo no quiera, sé que La Eterna tiene razón. Ya no llora mis infidelidades, e incluso me desea que disfrute. Me ve avanzar hacia la Princesa mientras la dejo atrás. 
La exprimo los últimos días, dudando lo justo si hago bien en dejarla. Paseo por casa y veo que el baño está algo más vacío, la cocina más diáfana, quizá algo más recogida. El perfume de un nuevo suavizante rompe la normalidad del tendedero. Aún no he hecho las maletas, todas mis cosas siguen ahí. Pero mi gente empieza a hacer planes a corto plazo sin mí, y yo sin ellos. Será que la despedida se hace realidad, y ya he empezado a irme. Aunque, como bien sabe La Eterna, no hay que darle mucha importancia. 

Al fin y al cabo, siempre termino volviendo.