martes, 26 de julio de 2011

Ci vediamo presto, Perla Negra

La Perla Negra estaba enfadada. Al fin, después de tanta duda, le conté la decisión que había tomado. Le dije la verdad, que había sido muy difícil para mí llegar a esa conclusión, y que con muchísima pena, iba a terminar haciendo aquello que siempre había negado que haría: separarme de ella.
Es cierto, hasta el último momento traté de llevarla conmigo. Al fin y al cabo, para mí la Perla Negra no había sido una montura cualquiera, sino la más fiel bicicleta que una holandesa principiante hubiera podido soñar. Sin ella no habría conseguido conocer la Ciudad XXX ni la mitad de la mitad de lo bien que lo hice sobre sus ruedas. Y sí, la última que quería separarse de ella era yo. Pero el destino me jugó una mala pasada y me hizo saber que una especie como aquella debía seguir los caminos trazados para ella. Me dijo que la Perla, por mucho que quisiera venirse conmigo, lejos de su Holanda se moriría de pena, en un continuo duermevela que en nada se parecería a su vida anterior. Yo no quería eso para ella, y me angustiaba el imaginar que ella se sintiera triste y sola en un lugar donde apenas hay carriles-bici, donde si no tienes marchas no eres nadie, y los vehículos de motor ni siquiera te toman en serio. Así que, dentro de un estado mental pasajero que unos llamarían lucidez y otros frialdad, llegué a la conclusión de que nuestros caminos se iban a separar.
Ella estaba enfadada, y con razón. Tanto que se comió con la cadena el bajo de aquel pantalón que me había regalado mi madre. Tanto que para incordiarme, rodaba más suave, más firme y más veloz que nunca. Todas mis promesas de amor eterno, de fidelidad y de que nunca la dejaría se habían ido al garete, como las del amante que abandona. Yo sobre ella, sintiéndome culpable, y ella debajo, traicionada. La aparqué en el sitio de siempre, y me fui sin decir nada hasta el día siguiente.
El 1 de julio por la mañana bajé y la vi dormida por última vez. Despertó y me monté encima, dejando el 20 de Plantage Muidergracht atrás: era mi último día en Ámsterdam, pero no sería el suyo. Una mañana de sol calentaba the last ride together, y dejé que me llevara donde ella quisiese. Rodamos por el lugar donde nos encontramos, Waterlooplein, por los canales, me llevó a la primera “casa”, el hostal de Vossiustraat 46. Vondelpark, Museumplein, Utrechstraat, la ciudad volvía a ser nuestra, más que nunca bajo la intensidad y la emoción del adiós. Adiós Perla Negra, adiós Ciudad de las tres X. Bajamos por Rokin hasta Dam y rodamos hasta el Jordaan, dando un rodeo para llegar a la última parada, exprimiendo los últimos momentos. Después de su rabia del día anterior, parecía como si me hubiera perdonado y hubiera asumido, como yo, que nuestro tiempo juntas se acababa. Sonreí con nostalgia y le di las gracias por todo ese tiempo, y esta vez sin mentir le dije que nunca la olvidaría, con la duda de si ella para sus adentros pensaba lo mismo. Presioné hacia atrás el pedal y frenamos, con esa forma de detenerse tan elegante y tan suya. Me bajé delante del 28 de De Clercqstraat, le acaricié el sillín y le coloqué la luz delantera. Ahí se quedó, a la espera de un nuevo cabalgante con el que me olvidaría. Y me fui de allí caminando, deseando que el próximo que la tenga la quiera como yo tanto la he querido.