jueves, 29 de septiembre de 2011

Abro cuaderno, nuevo documento de Word. Hago balance del día, del teatrillo que protagonizo. Rebusco en el despertar, en la mañana, en lo que he comido, en los reencuentros, los hasta mañanas. El telediario, las llamadas telefónicas, la decoración, los quehaceres. No veo nada. 

Jugueteo con las palabras, tarareo algo en el teclado pero luego me arrepiento, muerdo el capuchón del boli y vuelvo a garabatear, pero lo tacho y lo tiro. Arrugo el papel, lo rompo y lo tiro a la basura. Después me toca a mí, me arrugo, me rompo y salto por la ventana. Echo a correr y busco bajo los bancos de la calle, a la sombra de las farolas, en el silencio de las fuentes apagadas por la noche, apenas encuentro rastros de lo que fui entonces, así que me enfado con la cuentista desertora y vuelvo a casa. Tacho el documento, apago el bolígrafo y cierro los ojos para intentar recordar. 



Hoy tampoco era el día.

jueves, 22 de septiembre de 2011


Alzheimer, intento olvidarte. Pero al contrario de lo que provocas tú, yo no puedo. Te saliste con la tuya y no perdono. Llegaste inesperado, primero sutil: preguntando la hora dos veces seguidas, yendo a la habitación sin saber a por qué iba, despistándose en el camino de vuelta a casa. Nadie se alarmó, son cosas de la edad. Pero poco a poco te fuiste colando, malo, como un ladrón que revuelve los cajones y se lleva lo que le apetece. Te gustaron sus recuerdos y te los fuiste quedando. ¿Por qué? Él lo negaba, quiso ser siempre joven, quería ocultarte en su orgullo, hasta que un día, mientras fisgoneabas y descolocabas sus recuerdos, te descubrimos. Alguien dijo ¡Alzheimer!, y tú corriste a esconderte mientras todos nos volvimos sobresaltados, y dubitativos pensamos ¿por qué a él? Desde ese momento ni siquiera te molestaste en disimular, le alejaste del campo, de los veranos en la playa, de los partidos de fútbol. Le robaste el tiempo y le encerraste en el pasado. Te llevaste sus manías y le trajiste otras. Eso no se hace, Alzheimer, le pusiste la memoria patas arriba y nosotros tratando de detener aquello que sólo iba a más. Un día, se olvidó de nuestros nombres. Eso todavía duele. Pero debes saber una cosa: no te saliste con la tuya. Te pudiste llevar todo, y casi lo haces, todos sus recuerdos fueron tuyos. Nos le quitaste a él. Pero hay algo que nunca podrías haberle robado, y que nunca hiciste: a nosotros. Con la memoria vacía, sólo llena de la niebla gris del olvido, siempre hubo algo que tuvo consigo hasta el final, nuestro amor.