jueves, 29 de septiembre de 2011

Abro cuaderno, nuevo documento de Word. Hago balance del día, del teatrillo que protagonizo. Rebusco en el despertar, en la mañana, en lo que he comido, en los reencuentros, los hasta mañanas. El telediario, las llamadas telefónicas, la decoración, los quehaceres. No veo nada. 

Jugueteo con las palabras, tarareo algo en el teclado pero luego me arrepiento, muerdo el capuchón del boli y vuelvo a garabatear, pero lo tacho y lo tiro. Arrugo el papel, lo rompo y lo tiro a la basura. Después me toca a mí, me arrugo, me rompo y salto por la ventana. Echo a correr y busco bajo los bancos de la calle, a la sombra de las farolas, en el silencio de las fuentes apagadas por la noche, apenas encuentro rastros de lo que fui entonces, así que me enfado con la cuentista desertora y vuelvo a casa. Tacho el documento, apago el bolígrafo y cierro los ojos para intentar recordar. 



Hoy tampoco era el día.

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