lunes, 7 de mayo de 2012

Tras el rastro de la Perla Negra


Me recibe Ámsterdam como a una vieja conocida. Pasando Amstel Station se van reavivando los recuerdos que tanto miedo me daban, tomando forma y color a medida que el tren avanza. Parpadeo  y empieza a llover. Las gotitas se pegan al cristal como un reclamo, pero ignoro y miro más allá. Las casas se estrechan y se tuercen. Es como si nunca me hubiera ido. Central Station me da la bienvenida haciendo que automáticamente me sienta una más. Como si nunca me hubiera ido.

Mi nueva montura me espera, es de prestado, con toques plateados. Se alza en una talla que poco concuerda con la mía, y que hace del primer encuentro un trance incómodo. Alta y torpona, se deja montar con docilidad, con los aires de un burrito viejo, curtido y manso por la experiencia de haber sido domado por muchos jinetes. Rodamos juntas, teniéndonos la una a la otra como un consuelo insuficiente: la reincidente y la montura de repuesto. En esta ciudad es imposible no reincidir. 

Cabalgué por todos los lugares que descubrí con ella, con mi Perla, con todos los recuerdos desbordándose por las ventanas de las casitas, emergiendo de los canales y de las alcantarillas. Iba recogiendo cada uno de ellos, con miedo de que apareciera el absurdo sentimentalismo que siempre se encarga de empañar las cosas con nostalgias trasnochadas que escondemos como si no existieran, pero que terminan por explotar y ponerlo todo perdido. Pero estaba equivocada. Me creí débil ante la memoria, pero no lo era.

Era absurdo ir por la Ciudad XXX atada a los recuerdos de la Perla Negra, teniendo como misión el sueño imposible de recuperar mi vieja montura y a quien un año atrás la dirigía. Empecé a recibir todos los mensajes que la ciudad me mandaba, como regalos que me había estado guardando desde que me fui hasta mi regreso. El Prinsengracht está espléndido, disfrútalo como antes, pero sé consciente de que ahora eres otra persona, me dice, deléitate con el nuevo sabor.

 Me sentí fuerte, feliz por haber vivido, feliz por seguir viviendo. El absurdo sentimentalismo no apareció, le dije al burrito plateado que me llevara a Plantage y me fumé un cigarro mirando al Muidergracht con una gran sonrisa pintando mis labios. Me fui de allí con la enorme certeza de que todo es transitorio: las ciudades, las personas, los momentos, los sentimientos malos y también los buenos. Y si todo ello es transitorio, yo también lo soy. Así que me voy, Perla Negra. Ha sido un placer haberte recordado, a veces te echaré de menos  como la gran compañera que fuiste, pero nada es para siempre.  Nuestro momento fue aquél, lo vivimos y pasó. Tú tendrás otro dueño, yo otros gigantes contra los que luchar.




Hasta la próxima, Amsterdam. La batalla contra el pasado está ganada.