martes, 29 de marzo de 2011

Una horita de nada que hacer

Todo el día rodeada de leyes, de documentos, de páginas, al borde del naufragio y del ahogamiento, en un barquito sin timón que no sabe para dónde tirar, peleándome con el dutch que no se quiere hacer entender, y con el inglés que a veces me da pereza. Que si ahora paro para hacerme la comida, pero mientras como a toda castaña delante del fucking laptop escribo las frasecitas que con cuentagotas me iluminan, me apagan, me iluminan, me apagan, todo el rato. Así que me dan las cinco y me escapo del laptop y sus historias, cierro mi magnífica ventana y salgo por la puerta, y la Perla Negra está ansiosa porque la desate del parking y me la lleve de paseo, como un perro que lleva dos horas haciéndose pis y no se puede aguantar. Y las dos rodamos Valkenburgerstraat abajo, subimos un puente, subimos otro, y la dejo aparcadita al fresco, cerquita del mercado de las flores para que vea los tulipanes. Y he visto que aún había sol, y que la gente estaba sentada en las terracitas como en España, que las casas también van de pijama y que me encanta la ciudad en la que vivo, sobre todo cuando recoge la cortina del cielo y deja que pase el sol. Mientras daba vueltas y vueltas con mi ojo fotográfico por Spui, han venido los documentos y las leyes y todas esas patrañas importantes a no dejarme vivir, pero afortunadamente la puerta estaba cerrada y se han largado por donde venían. Así que he seguido andando y andando, tratando de ver el fondo de los canales mientras en mi despiste cotidiano, el viento me despeinaba las preocupaciones. Todavía lo flipo con el caos de tráfico de coches, personas, bicicletas y tranvías, a ver si no me atropella ninguno de ellos. También me hace ilusión ir andando por aquí y saber que para alante está Leidseplein, atrás está Rokin, a la izquierda Rembrandt y a la derecha el Singel, es como si fuese un mapa, aunque la brújula la tengo un poco rota y ahora no sabe muy bien donde está el norte. Y en eso estaba, cuando de repente me ha sonado el timbre, y esta vez, tonta de mí, he ido a abrir, y se me han colado las leyes y los tratados. Y ya no había otra solución que hacerles caso, así que he vuelto a por la Perla y hemos pedaleado a casa para comprobar si el tulipán había crecido otro centímetro en mi ausencia.

martes, 22 de marzo de 2011

Crónica de cómo una se transforma de TS a SW en potencia

Sí, llevo casi dos meses aquí, y no se me ha olvidado que la principal razón por la que vine fue para estudiar. Y digo que no se me olvida porque no me dejan.
Después de tres años de mi vida siendo una homo complutensis y haber pasado a ser homo erasmus, tengo que dedicarle una crónica al sistema educativo de los dutch, antes de sufrir el burn out por culpa de las assignments que tengo de aquí a abril…
Es difícil comenzar una comparación entre los dos sistemas educativos. Diré que durante mi etapa como homo complutensis hice las cosas típicas que hace la gente de esa especie: número de horas de rigor en la cafetería, colas interminables en reprografía para comprar apuntes, los míticos San Cemento, San Teleco, San Jacobo y otras tantas reuniones estudiantiles al solecito de Ciudad Universitaria, esos meses malditos que son febrero y junio, aprendí el significado de lo que era un crédito, de clases multitudinarias con profesores con efecto somnífero, los saraos de diversa índole de la facul de políticas y el posterior tránsito a ser de la raza boloñesa. Eso y mucho más que no se puede resumir en tan poco. Pero cuando esta llegó a Holanda, automáticamente pasó de ser una complu más a ser de la HvA, que es la University of Applied Sciences de esta mi ciudad, y que, por cierto, está un poco a la sombra de la UvA, que es la universidad principal de Ámsterdam.
Mi facul (una de ellas, porque tengo dos) no está en ningún campus propiamente delimitado como tal. Está en una calle muy amplia que tira para Amstel Station. Es un lugar muy mono, muy luminoso y con un piso de cada color (yo estoy en el amarillito). El primer día, nada más llegar, estaba en mi clase el de relaciones internacionales de la facultad, que me recibió con un “Tú debes ser Irene, de Madrid, ¿verdad?” a lo que yo asentí atónita, pues es bastante inusual que en mi uni de origen profesores o gente de ese rango te llame por tu nombre. A partir de ese momento ha sido una continua comparación para evidenciar diferencias, y pese a mi fidelidad respecto a mis orígenes, he de decir que no siempre es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer, y yo me quedo con lo nuevo.








A priori, esas son las diferencias que se me vienen a la cabeza. A favor del sistema español, he de decir que me gusta porque le tengo cariño. A favor del sistema holandés, todo lo demás. Así que ya podían espabilar los ministros de educación, o directamente los profesores y los mismos alumnos, para no quedarnos a la altura del betún en comparación con estos del norte. Y esa es mi opinión personal.

martes, 8 de marzo de 2011

Iris, Arnau y los molinos


El mejor día desde que llegué, en el que el sol lucía hasta regalarnos 23 magníficos grados, me encontré, después de tres meses de amistad “no presencial”, con mis dos soles procedentes de Barcelona dispuestos a descubrir la Ciudad X X X. Aterrizaron en Central Station, donde el Dandelion y yo les recibimos envueltos en plumas después de una guerra inusual en Dam Square. Después de aparcar las maletas en Plantage y acondicionar la madriguera del Dandelion para que nuestros guests estuvieran agustito, nos fuimos a ver Holanda y su capital. Uno de estos días descubriendo ellos y redescubriendo nosotros, nos cogimos el tren para ir más allá de los límites de la Ciudad X X X con una misión: descubrir la guarida secreta del queso holandés. Aprovisionados con pan élfico suficiente para afrontar la aventura, partimos por la mañana temprano de la estación Amsterdam Centraal.
Media hora más tarde, ¡Eco! los dos catalanes y las dos madrileñas ponían el pie en un lugar llamado Koog-Zaandijk, del que ninguno de los cuatro tenían mucha idea, así que se pusieron a caminar para adelante, esperando que pronto sus narices comenzaran a percibir el olor a queso cuya guarida andaban buscando. Sin embargo, no fue queso exactamente lo que empezaron a oler, sino una ráfaga de un denso perfume rancio, nada apetecible, que se concentraba más en el ambiente a medida que caminaban. A pesar de esa peste sutil que se metía en sus narices, no dudaron en seguir adelante, y pronto encontraron uno de esos gigantes que tanto habían confundido a Don Quijote algún tiempo atrás. El gigante en esta ocasión tenía un cierto aspecto holandés, y había sustituido las paredes encaladas por granito, y las aspas negras de Castilla por unas de color verde. El molino se levantaba ante ellos como un hito que les indicaba el camino a seguir, adornado en su fachada con un amenazante mosaico ilustrando un esqueleto con una guadaña. Pasaron de largo saludando a la calavera con un movimiento de cabeza, y cruzaron el puente que conducía a un pedazo de tierra que un cartel señalaba como Zaanse-Schans. Iban por buen camino.
Cuando tomaron aquel lugar fue como si Hansel y Gretel hubiesen abandonado un pueblo entero de casas de envoltorio de chocolatina, con el trasfondo de los seis molinos girando. Una flamante y redonda japonesa recién casada, haciéndose fotos en cada centímetro del lugar, y unos cuantos árboles mirándose en el espejo de los canales. Ya se olía el queso. Así que le preguntamos a los seres que más pinta tenían de estar metidos en la harina de aquel lugar, dos cabras y unas cuantas gallinas. Las gallinas pasaron y se retiraron a comentar acerca de los forasteros, pero las cabras nos siguieron un poco el rollo a cambio de sentirse las protagonistas de nuestras cámaras, y después de alguna que otra caricia, nos señalaron con la cabeza dónde estaba el lugar que buscábamos. Y resultó que era a la vuelta de la esquina. Así que nos metimos ahí, en la guarida del queso, para descubrir maravillados que no era la guarida del queso, sino de LOS quesos. El éxito de nuestra búsqueda fue recompensado por una cata gratuita y deliciosa al ritmo del Gouda, el Edam, el Massdam, el de cabra, el de vaca, el de oveja, el verde, el blanco, el amarillo… y con la prueba superada y el secreto del queso en la tripa, nos fuimos a seguir descubriendo Holanda.



martes, 1 de marzo de 2011

Dicen las malas lenguas que una imagen vale más que mil palabras. Lo dicen pensando en la realidad, en la fidelidad que esas imágenes ofrecen frente a la charlatanería del lenguaje verbal, tras el cual pueden esconderse mentiras, emociones, sesgos, exageraciones, ausencia de detalles, banalidades, blablablá. Yo, en cambio, soy una gran fan de la verborrea, y me sirvo de ella para construir una maravilla de la rutina, transformar a mi antojo la llovizna en un caos, traer el pasado al presente (o el futuro mismo), convertir en realidad los sueños y devolverle la vida a los muertos. No huyo de la realidad, le escribo palabras para combatirla. Pero ahora, puestos mis antecedentes sobre la mesa, me paso un momento al bando de estos de las imágenes. Por una vez, mantendré calladitas las letras y le daré vía libre a los ojitos, para que por esta vez, sean ellos quien enseñen lo que han visto y no sean las palabras las que lo cuenten. Y si lo hacen bien y gusta, igual les doy la oportunidad otro día. Así que ahí va, un mes en la Ciudad X X X, resumido en 10 imágenes.