sábado, 25 de abril de 2009

Son las 2:40 de la madrugada, y el enfermo tiene uno de esos ataques insomnes que le aquejan noche sí, noche también. Su diálogo cansado y perdido se opone a todas nuestras proposiciones de ir a dormir. Sinceramente, no entiendo ni una palabra de lo que dice. Tampoco muestran nada sus ojos, nada más que vacío, o algo parecido a la insensibilidad. Nada de lo que dice tiene sentido. Nada de lo que le digo yo, tampoco. Hablamos, pero no nos entendemos. Y así podríamos seguir toda la vida, hasta la muerte, oyendo sin escuchar, mirando sin ver, gritándole a ese eco sordo que es su mente, su mente, el gran misterio de la humanidad.

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