domingo, 16 de agosto de 2015

Polvo de estrellas

Las noches de diez de agosto son famosas por la lluvia de perseidas, también conocidas como lágrimas de San Lorenzo, que no son sino minúsculas partículas de polvo que se desprenden del cometa Swift-Tuttle en su rodeo anual al planeta Tierra. En tan señalada ocasión, muchos ojos miran hacia arriba en busca de un destello, cientos de personas acuden con deseos por cumplir buscando su estrella, encomendando al universo la tarea que se les va de las manos para que se haga realidad. Mirando cara a cara al cielo se hayan absorbidos por la conciencia de la inmensidad de ahí arriba, de la pequeñez de aquí abajo, quizá sintiéndose agradecidos por, pese a todo, estar vivos. Después, como humanos que son, vuelven a bajar la mirada al ras para seguir con sus asuntos, sin darse cuenta de que olvidaron sus deseos a merced de las estrellas. El cielo ha terminado por quedar repleto de deseos invisibles que penden del aire, más allá de la estratosfera, donde cada agosto brillan las perseidas.

Lejos de supersticiones, a veces, en un cruce casi accidental, sucede que una de estas perseidas, sumida en su vuelo distraído, colisiona con uno de aquellos deseos pendientes que pueblan el cielo. En ese momento, se forma una bolita de materia incandescente, débil ante la gravedad, que se precipita a la Tierra y se posa en su superficie. A ras de suelo, la materia de esa bola se reconvierte, se vuelve blanda y oxidable, aunque firme y duradera por unos cuantos años: las estrellas fugaces se convierten en personas.

Todas y cada una de las perseidas reconvertidas tienen una misión vital: lograr cumplir el deseo del que surgieran una noche de agosto, para lo que se les concede un breve (ridículo, en términos cósmicos) período de tiempo, que oscila entre los cero y alrededor de los 100 años en el caso de las más longevas.

No se sabe identificar muy bien quiénes son, supuestamente vinieron al mundo por el mismo canal que todos los demás, pero si os cruzáis con alguna, probablemente la reconoceréis por ser una persona apasionada, ardiente y entregada a un algo en concreto, un estímulo que la mantiene encendida, un deseo de aprender o de dedicar su corazón a un cometido. ¿Acaso existe alguien que no lo sea?

Con el tiempo, las perseidas se apagan. No es por tristeza, ni por haber fracasado en la tarea encomendada. Simplemente, se cumple el lapso que les fue asignado. Llegado el instante, se hace balance de su paso por este mundo. Si el deseo que las llevó a nacer se ha cumplido, su materia cambiará de nuevo, esta vez en forma de esfera ardiente y explosiva, en constante ebullición, y su luz perdurará durante millones de años en algún lugar del que nos traerá noticias con su resplandor en el cielo. Habrá nacido una nueva estrella.Por su parte, aquellas que por alguna razón no hayan visto su deseo hecho realidad, se acercarán a algún lugar oscuro y silencioso, una noche de agosto, y concentrando toda su energía, enviarán al cielo su mensaje, esperando que el rastro del Swift-Tuttle lo recoja a su paso, probablemente sin saber que ellas mismas son los deseos cumplidos de las estrellas.




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