miércoles, 8 de agosto de 2012

Qué pasó? Ocurrió así:

La golondrina vivía en un nido delicioso, hecho con una argamasa de ramitas y barro de colores. Quizá no era el mejor nido del mundo, pero era el suyo, y en él guardaba todo lo que tenía: su pasado, su presente y algunas miguitas de futuro que se dejaban adivinar. No era mucho, pero era su riqueza, y con ella la golondrina se sentía afortunada y agradecida.

El presente lo llevaba siempre consigo a donde fuera. El futuro, como estaba por descubrir, simplemente lo iba pensando por el camino. Su pasado, es decir, los recuerdos, los guardaba como su tesoro más valioso, en una caja fuerte que empleaba como una segunda memoria, en la que había tantos recuerdos como presente había tenido en los últimos años. En ese cofre estaba guardado todo lo que la golondrina consideraba importante y, excepto el olor, el sabor y el tacto, almacenaba en él celosamente todo aquello que consideraba imprescindible: todo su legado, toda su riqueza, sus experiencias, sus logros y pérdidas, y parte de su saber estaban ahí.

Siempre que salía a volar, cerraba el cofre después de haber metido los recuerdos más inmediatos y desplegaba sus alas para recopilar nuevos momentos que meter en su memoria.

Un día, como todos, la golondrina salió del nido para seguir construyendo su presente, y aunque era confiada (pero no inconsciente) no reparó en que, muy cerca de ella había otro ave al acecho.
 Probablemente fuera un buitre carroñero, o un cuervo mezquino y sin sentimientos, o simplemente una urraca amiga de lo ajeno con afán de revolver los nidos de los demás pájaros.

La golondrina alzó el vuelo aquella mañana sin figurarse que el cuervo andaba por ahí. El nido quedó solo, con el cofre de recuerdos latiendo su pasado. Cuando ella hubo desaparecido entre los rayos de sol, el cuervo entró en el nido, y sin miramientos, sin sentimientos, tomó con sus patas el cofre de los recuerdos y se lo llevó para siempre, dejando en el vacío su huella amarga.

Cuando a su regreso la golondrina descubrió aquello, sintió como si una parte de ella hubiera muerto, como un perdigonazo que hubiera herido la mitad de su existencia, aquello que le alimentaba los ánimos de seguir con el presente, lo que la hacía fuerte para pensar el futuro.

Sangró la herida y lloró mucho. Qué había hecho ella para que la vida respondiera así? Para qué quería el cuervo sus recuerdos? Qué debía hacer ahora?

La golondrina, sin darse por vencida, voló por todo el bosque tratando de recuperar su cofre. Pero no tuvo éxito, y sólo recogió frustración en su búsqueda.

Cansada, herida y rota por dentro, regresó a su nido, ahora vacío, y aprendió un nuevo y difícil sentimiento: la resignación.

Una vez lo hubo aceptado, supo, no sin amargura por sus recuerdos perdidos, ver la lección que le estaba dando la vida: si ahora tenía que aprender a vivir sin sus recuerdos más preciados, sin la parte inmaterial de la que se abastecía su espíritu, sería mucho más fácil el día que tuviera que prescindir de las comodidades materiales. Enjugó sus lágrimas con el ala, dibujó una levísima sonrisa y alzó el vuelo, decidida a seguir construyendo presente, soñando futuro y creando nuevos recuerdos para llenar un nuevo cofre.

Desde ahí, nada más: agua, sol, aire y una historia que continuar.

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