miércoles, 23 de abril de 2014

Primera entrada de 2014

Una vez miré tan alto, tan alto que se me ocurrió la idea de querer cambiar el mundo a mejor. Había empezado por lo bajo, lo que tenía más cerca que no me gustaba, y quise cambiarlo a mejor. Quise cambiar que se burlaran de aquél niño porque era negro. Quise cambiar que mi barrio estuviera feo porque tiraban papeles. Quise no encontrarme jeringuillas bajo los coches de una ciudad “tan normal”, y que no hubiera quien las usara. Quise demostrar ser igual de buena por ser chica como podían serlo los chicos (o mejor). Y según iba entendiendo, según iba sabiendo, según iba creciendo, iba mirando un poco más hacia arriba, y quise cambiar la nota injusta de un examen, quise parar el maltrato a un compañero o acompañar a alguien que andaba solo. Quise contrariar a la Iglesia perteneciendo a una familia variopinta que algunos no entendían. Quise demostrar que era tan buena como la élite viniendo de una familia humilde, “tan normal”. Y cuanto más crecía, más alto miraba, más quería cambiar las cosas que no me gustaban: fui a manifestaciones porque quería cambiar un sistema educativo injusto y desigual. Comprendí que el poder lo ostentan unos pocos y quise cambiar esa injusticia que venden como democracia. Encontré en mi vida gente que necesitaba ayuda, y me sentí responsable. Elegí una carrera, pensé que sería el inicio para cambiar el mundo, cambiarlo a mejor. Comprendí que la desigualdad no sólo me afecta a mí y a mi vecino, sino que distingue entre el Norte y el Sur, en mi barrio, en mi país y en el mundo entero, y quise que aquello no fuera así, que no hubiera desigualdad y que todos tuviéramos unos derechos y unas condiciones dignas. Seguí creciendo y seguí aprendiendo. Seguí viendo desigualdades, injusticia, violencia y sentía que era capaz de pararlo, que estaba preparándome para ello. Miré más alto y quise cambiar que las grandes multinacionales estrangularan a la gente humilde. Supe que las cosas que yo compro las fabrican otros muy lejos, y entendí que pese a las largas distancias, mis actos aquí tienen consecuencias allí. Quise cambiar la dependencia de los hidrocarburos, desde el coche hasta los pozos de Irak. Quise cambiar el cambio climático, detener el deshielo que ahoga a Tuvalu, salvar a las abejas. Quise que la vida tuviera más valor que el dinero. Quise defender el arte y la igualdad de género, y la creatividad y la música all over the world, disfrutando la interculturalidad que el mundo global nos tiene y que salta vayas y atraviesa océanos.


Y con el querer cambiar iba cambiando a la vez que no me daba cuenta de que el mundo también me cambiaba.


Al ir hilando razones, al ir descubriendo causas destapaba otras causas que me llevaban a otras consecuencias. Hay tanto que no sé, que no sé por dónde empezar a cambiar. Creo que he subido demasiado alto, tanta cosa me da vértigo, y me dan ganas de saltar. Saltar y abandonar Monsanto, el apartheid y el atún rojo. Volver a beber CocaCola y tirar ese maldito papel al suelo en vez de a la papelera. Comprar sin mirar etiquetas. Tirar toda la basura en la misma bolsa. Abrir el grifo sin perdón. Pensar en que quiero ser yo a quien salven y no la que se empeña en salvar. Y volver de lo grande a lo chico, fundirme con la burocracia y ser parte del sistema, y ser una tía “tan normal” y ser una pieza de un puzzle caótico pero que avanza día a día alrededor del Sol. 

Saltar de una vez o seguir subiendo. En esas estoy.

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