domingo, 1 de junio de 2014

De follar y tirar

Un día, estando en un concierto, en una fiesta, en un bar, conoces a una tía. Al principio parece una tía normal, pero al poco te das cuenta de que tiene una chispita que la diferencia, quizá una chispita que te haya encendido algo dentro. Por una vez no coartas el impulso y le hablas, le preguntas su nombre, tratas de parecer interesante, ingenioso, ambas cosas. Despiertas su interés y te vas, sin olvidarte de pedirle el teléfono. Esperas un tiempo prudencial y la escribes para que no parezca que hay ansia. Te responde y te da conversación. Volvéis a quedar, esta vez  en una fiesta, en  un bar, en un concierto. Os besáis, os metéis mano. La invitas a casa esperanzado, te apetece follar con alguien, por qué no con ella, la invitas a dormir y le prometes al oído que tendrás las manos quietas. Pero ella y tú sabéis que mientes, así que declina. Te sorprendes cuando al día siguiente te escribe sin haber empezado tú. “Quizá le interese algo”, te dices.

Empiezas a imaginar igual que aquella lechera, recuerdas tu edad y piensas que no estaría mal algo de estabilidad, que no te importaría. Contestas a sus mensajes sin entregarte del todo, enseñando la patita. Piensas en ella varias veces durante el día, aunque te empeñas en centrarte en tus obligaciones. Te compras ropa interior nueva: ¿calzoncillos negros o grises? Grises están bien. Y una colonia de esas que les ponen.

Te presentas en su piso, la idea de la flor era muy cursi, sacas el vino, mucho mejor. Lo abrís y lo bebéis: ella con seguridad, tú con la necesidad de adquirir la fluidez del tinto. La besas, la desnudas. Te monta, es dominante. Ni siquiera mira los calzoncillos grises cuando te los quita porque te mira a la cara de una forma que crees que te hará explotar. Se la mete y no puedes creer que ese placer sea real, no es de este mundo, te hace flotar, estás a punto de dejarte llevar cuando caes en la cuenta del riesgo. Cambias las tornas, te pones encima, marcas el ritmo mientras piensas en cómo aplastabas con el tenedor las patatas cocidas en casa de tu abuela, o cómo te jode que los mosquitos te despierten zumbándote al oído por la noche. Zumbar, zumbar, no puedes creer que te estés zumbando a esta tía, lleváis hablando toda la semana, parece algo especial, quizá esta vez funcione. Te la tiras, se lo haces lo mejor que puedes para que quiera repetir, sin mostrar un ápice de amor para que ella no note nada. Sólo sexo, ¿de verdad?

Termináis, tú antes que ella, sabes que no está bien, un apaño puede empañarlo todo. Pero ha respirado, ha gemido, se ha corrido como tú, o mejor porque es mujer. Te quedas, te duermes, te despiertas. Un café y te piras con un beso de despedida y tú tan contento, una sonrisa en los labios para todo el camino y más.

No quieres agobiar, pero han pasado dos horas y le escribes. Te contesta con una sonrisita escueta. Nada más. No habéis quedado para otro día, aunque confías volver a verla en algún bar, una fiesta, un concierto.
Esperas a que ella dé el paso, pero pasa el tiempo de cortesía y no. Es lunes y dice que está ocupada, trabajo, deporte, perro, padres. Es martes: amigas, inglés y no sé qué. Es miércoles y no le escribes, porque te quieres hacer el interesante, si es que causas algún interés. El jueves desistes y el viernes sales, birra en un bar, concierto, luego fiesta. Pasan de las cuatro y suena el móvil, es ella. Suena distante, distorsionada, no sabes si eres tú o ella quien habla raro. Te dice que está cerca, ¿nos vemos? Te promete que tendrá las manos quietas. Sólo dormir. Está tan borracha que quizá esta vez sea verdad. Declinas. Esa de en frente lleva mirándote un buen rato. No es tan difícil encontrar otro cuento de follar y tirar.


¿Qué es la vida? Conseguir.
¿Conseguir, qué? 
Una erección, una amante, un condón.


Y el amor ya no lo es tanto, que todo lo vale el sexo, y los sueños, sexo son.

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