lunes, 30 de noviembre de 2009

el gesto


Salí a la calle. Eran las ocho. El día estaba tan sumamente gris que me hizo llorar.
El frío me hizo llorar.
Las prisas me hicieron llorar.
El vacío me hizo llorar.
El amor de nuevo me estaba haciendo llorar.
Y así hice el camino hasta la estación, con los sentimientos desbordándome los ojos. Los ojos ocultos tras unas gafas de sol que no tenían mucho sentido en un día tan nublado. ¡Qué tontería! Yo no nací para disimular, y a veces olvido que es inútil que lo intente.
Me las quité y las guardé, ofreciéndole mi llanto silencioso a un montón de desconocidos que me miraban de reojo mientras esperaban al tren. Llegó, me subí, me senté, y no pude evitar el romperme del todo en un mar de lágrimas que destrozaban el equilibrio silencioso de la rutina de una forma que rallaba el absurdo.
La tristeza, en un momento tan crítico como el del llanto, tiene algo en común con la alegría en su punto culminante. Y es que en ambos casos lo que más se necesita es un abrazo.
Cualquier gesto se agradece. Y lo máximo que podía esperar fue lo que recibí en ese momento. La mano de la persona que estaba sentada frente a mí me ofrecía un klínex. Alcé la mirada al tiempo que lo cogía y vi la mujer que, con ese sencillo gesto, me decía "no llores niña, las cosas no son tan importantes como a veces nos parecen, sécate las lágrimas e intenta hacer de hoy un buen día". Le ofrecí la mejor sonrisa que me permitían mis circunstancias, y secándome las lágrimas le contesté "Tiene razón".
Y me bajé en Cuatro Vientos.

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