viernes, 20 de julio de 2012

Los ángeles desterrados


La corte de los ángeles tiene varios bandos. En realidad, más que varios, tiene infinitos bandos: tantos como miembros pertenecen a la corte. Cuando nacieron, fueron repartidos por el mundo, no el celestial, el nuestro, salpicados como millones de gotitas por cada rincón del planeta. Ser ángel otorga ciertas cualidades, poderes mágicos concedidos con un significado especial: por ejemplo, hacer que el mundo se pare con su llanto, o al contrario, iluminar más que el sol con su sonrisa. Sin embargo, esas cualidades se van atenuando a medida que pasa el tiempo, muchas veces hasta casi desaparecer. Y es que, como es sabido, no hay nada eterno en esta vida: un día, se deja de ser ángel.

Mientras lo siguen siendo, los ángeles llegan y utilizan durante el día sus poderes para construir un mundo más cálido: lo llenan de ruidos, de juegos, de manchas, de imperfecciones, berrinches y risas, de dibujos disparatados e inimaginables para los demás, pero no para ellos, porque los ángeles pueden imaginar todo lo que se nos escapa al resto. Cuando llega la noche y se acuestan, hacen como que se duermen hasta que se apagan las luces. Después, con su escalera desplegable suben al cielo, donde juegan en su patio de nubes, siguen saltando, gritando, bailando, llenando todo de luz aunque a bajo sea de noche.

En una esquina de ese patio, en la que apenas se repara si no se mira con atención, se halla una estrecha escalera de caracol, con un cartel que señala hacia abajo y reza “Realidad”. Algunas veces, un ángel es apartado del patio de nubes y enviado a esa escalera, por la que baja en silencio de nuevo al mundo. Es el otro bando de los ángeles, a los que, sin tener culpa, sin haberlo merecido, sin haberlo buscado y mucho menos pedido, se les niega el derecho al cielo, el derecho al que todos los ángeles deberían acceder: descansar del mundo y alejarse de la Realidad.

Y es que, la Realidad, sin el decorado de juguetes, canciones y pinturas de colores, pocas veces es grata. Estos ángeles no pueden dormir, y si lo hacen, no duermen bien. Se les quita su escalera desplegable y no pueden volver al cielo. Muchas veces sus poderes se ven mermados, y aunque lo sigan siendo, se limita su identidad de ángel. El peor de los casos se alcanza cuando el ángel no logra paralizar el mundo con su llanto: la Realidad lo arrolla impasible, y por mucho que insista, no cambia. Entonces, el ángel se ve envuelto en un mundo gris, y en lugar de irradiar calidez, se enfría, a veces se hace mayor de golpe, aunque siga siendo un ángel. Y esto, aunque no siempre lo veamos, pasa muchas más veces de las que nos gustaría. Es así como el mundo pierde poco a poco su color, la Realidad va ganando terreno a los Sueños, hay ángeles obligados a dejar de serlo, y nosotros, ni nos damos cuenta.

Sin embargo, pese a todo, hay un poder que los ángeles nunca, nunca perderán: iluminar más que el sol con su sonrisa. 

Mientras eso sea así, quedará la esperanza de que los que fueron exiliados, antes de que se acabe su tiempo como ángeles, recuperen su escalera desplegable y puedan dormir, como los demás, un poco más cerca de las estrellas.

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