martes, 6 de octubre de 2009

Día Rojo

Después de un mes en el que la niña había estado jugando a ser mayor y el juego le había gustado, en el que ella sola era quien hacía y deshacía, dueña de sus actos como nunca antes lo había sido, ella se presentó una noche de octubre de un incipiente otoño extrañamente caluroso.
De sopetón, la chica que ya se creía mayor comenzó a encoger y encoger hasta quedarse en la niña que probablemente seguía siendo, y por primera vez se sintió sola. Se encontró con que su barco de sueños de 105 centímetros de repente albergaba esas cosas que tanto le preocupan a los mayores: la casa, los estudios, el trabajo... En su cama, (que ahora resultaba inmensa) buscó un abrazo y no lo encontró. Buscó palabras de ánimo, pero solo escuchó silencio. Buscó calor, y sólo sintió el agobio que le causaba el edredón sobre su cuerpo. Buscó besos, pero estaban demasiado lejos.
No podía hacer nada, simplemente fortalecerse a sí misma, hacerse valiente, pues era lo que ella había elegido, era lo que realmente quería. Así que cerró los ojos para que desaparecieran de su vista todos los miedos y se durmió.
Ireneotoño había llegado sin avisar, y le había dado un susto. No había por qué preocuparse.

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